El 12
de febrero se cumplen 200 años del nacimiento del naturalista británico.
Dos grandes exposiciones y un sello conmemorarán su figura en el Reino Unido.
También se celebran 150 años
de la publicación
de 'El Origen
de las Especies'.
Si no fuera por las connotaciones religiosas, se podría decir que Charles R.
Darwin (1809-1882) ha terminado por ser profeta en su tierra dos siglos después
de venir al mundo en una casa solariega
de Shrewsbury y 150 años después
de publicar 'El origen
de las especies' (1859). Basta echar un vistazo si no a los fastos que diversas instituciones ultiman para 2009 y que incluyen un sello
de correos, dos largometrajes, un nuevo museo, dos grandes exposiciones y diversos simposios sobre su figura.
Sin embargo, no se puede decir que el poso
de los años haya convertido a
Darwin en una figura exenta
de polémica en el Reino Unido. En parte por el afán misionero
de quienes se oponen a sus teorías y en parte por la vehemencia
de algunos
de sus defensores.
Es esta pugna la que ha convertido a
Darwin también aquí en signo
de división. La última vez cuando Michael Reiss -científico y sacerdote- dijo que las teorías creacionistas deberían explicarse en las clases
de Ciencia
de los institutos.
Reiss es un darwinista convencido y su intención no era cuestionar la teoría evolutiva sino contextualizarla para aquellos alumnos educados en entornos creacionistas. Sin embargo, sus palabras desataron tal clamor en la comunidad científica que Reiss tuvo que dimitir
de su cargo en la Royal Society.
En el otro extremo del creacionismo, se hallan los defensores militantes
de las teorías
de Darwin. El más conocido, el británico Richard Dawkins, que acaudilla hoy aquí el rostro más afilado del darwinismo. Aquél que no se detiene en las fronteras
de la biología y aplica las ideas
de Darwin a la política, la sociología, la psicología o el arte.
Conocido como darwinismo social, es un terreno movedizo estigmatizado durante décadas por sus concomitancias con el Holocausto y la eugenesia nazi, pero recuperado hoy felizmente para la ciencia por los hallazgos
de un puñado
de sociólogos y genetistas.
Hace unos días, The Economist respaldaba en un artículo esa extensión social
de las teorías
de Darwin y criticaba a aquellos intelectuales que han actuado «como si la evolución se hubiera parado en el cuello, como si la anatomía humana hubiera evolucionado genéticamente y nuestra conducta estuviera, sin embargo, determinada por nuestra cultura».
El semanario acompañaba la reprimenda con los hallazgos
de darwinistas
de nuevo cuño. Algunos provocadores y políticamente incorrectos. Como el estudio que demuestra que las mujeres
de mediana edad cobran aún menos que los hombres porque optan conscientemente por empleos menos remunerados y que dejen más tiempo para sus hijos. O aquél que dice que la inmensa mayoría
de los crímenes
de nuestras sociedades los cometen jóvenes machos por dinero o por amor: es decir, por el doble motivo darwiniano
de la reproducción y la supervivencia.
Asuntos que dan idea del alcance actual
de la teoría evolucionista, pero que difuminan al ser humano que la creó, un hombre agnóstico, familiar y dotado
de una extraña bonhomía. Adolescente borrachín y disoluto,
Darwin se convirtió parajódicamente a la ciencia cuando estudiaba para cura en un seminario y no perdió la fe hasta que vio morir a su hija
de tuberculosis.
Su formidable trayectoria la celebran ahora sendas exposiciones en el Museo
de Historia Natural y en la Biblioteca Británica. La primera es la más ambiciosa e incluye especímenes nunca vistos. La segunda aporta luz sobre la vida personal
de Darwin, mostrando una colección
de escritos que desde el año pasado se pueden revisar online.
Pero el plato fuerte del bicentenario será la reapertura del caserón donde el científico vivió durante 40 años. A la espera
de ser declarado Patrimonio
de la Humanidad, Down House conmemorará el bicentenario mostrando sus tesoros
de nuevo a partir del 12
de febrero y abriendo una exposición que incluirá una recreación del camarote
de Darwin en su viaje iniciático del Beagle.
Extras que acentuarán el aura
de la casa. Un paraíso
de la mitomanía científica donde uno se puede asomar a los invernaderos
de orquídeas donde
Darwin dio forma a su teoría, encaminarse por el sendero
de arena por el que paseaba con su terrier, revisar el pupitre donde escribió 'El origen
de las especies' y fotografiar la habitación donde jugaba al billar con su mayordomo.
Fuente:
El Mundo