La Sociedad Geográfica Española (SGE) ha querido reconocer la labor de toda la familia
Leakey, concediéndoles su premio anual. Aprovecho el excelente reportaje que por este motivo ha aparecido hoy en el magazine de El Mundo y os pongo un resumen del mismo.
Con las manos en la tierra. Louis y Mary
Leakey, con su hijo Philip, en Olduvai (Tanzania), en los años 60.
Durante 90 años y tres generaciones, la familia
Leakey ha protagonizado, entre adulterios, peleas y extravagancias, algunos de los mayores descubrimientos antropológicos de la Historia. Ellos fijaron la cuna de la Humanidad en África. «Ser un
Leakey es un reto», dice la actual matriarca.
Todo comienza en África una vez más, Louis
Leakey, el fundador de la dinastía, aspiraba a ser misionero, como sus padres, un matrimonio anglicano que se había establecido en Nairobi (Kenia). Tenía 13 años cuando cierto día Louis
Leakey encontró lo que parecía una herramienta de hacía miles de años. Se la llevó a un amigo de la familia, Arthur Loveridge, conservador del Museo de Historia Natural de Nairobi, quien le confirmó que era un resto prehistórico. No era un hallazgo trascendental, pero el efecto que tuvo en el chaval fue tan deslumbrante que cambió para siempre la historia de la antropología. Desde aquel día de 1916, el nombre de algún
Leakey ha estado detrás de algunos de los hallazgos más importantes para entender la evolución humana.
Nada de eso, sin embargo, empaña un hecho incontrovertible. Louis
Leakey ha sido el paleontólogo que más ha hecho por situar África como cuna de la Humanidad. Hoy es una verdad incuestionablemente asumida, pero cuando en los años 20 del siglo pasado
Leakey empezó a remover la tierra africana, la creencia más difundida era que el hombre venía de Asia.
En 1932
Leakey había encontrado varios cráneos y una mandíbula en las zonas de Kanam y Kanjera, en Kenia. Las dataciones le permitieron asegurar que eran los restos del antecesor del hombre más antiguo encontrado hasta la fecha. Para acreditarlo, invitó al geólogo Percy Boswell a que estudiase el yacimiento. Pero, cuando llegaron, las marcas de hierro con que había señalizado el lugar habían desaparecido. Cuenta la leyenda que se las habían llevado los nativos para fabricar flechas.
Durante un mes,
Leakey y Boswell estuvieron buscando restos sin ningún resultado. A su regreso a Inglaterra, Boswell escribió un demoledor artículo sobre la falta de rigor de los métodos de
Leakey que le perseguiría hasta el final de sus días.
En 1933,
Leakey abandonó a su esposa, Frida, por la mujer, 10 años más joven, que había ilustrado uno de sus libros, Mary Nicol (Mary
Leakey desde 1936 una vez obtenido el divorcio), no tuvo reparos pese a que con Frida había tenido una hija y esperaba otro hijo.
Con Mary
Leakey compartía la pasión por la arqueología. No había ido a la universidad –de hecho, se vanagloriaba de no haber aprobado ni una asignatura en el bachillerato–, pero era rigurosamente escrupulosa en sus procedimientos. El complemento perfecto para el arrebatado Louis.
Louis y Mary
Leakey en pleno trabajo.
«Una de las razones de que el trabajo de los
Leakey haya sido tan estudiado, además de su valor, es que Mary llevaba un registro de las excavaciones muy exacto, algo poco habitual», explica Manuel Domínguez-Rodrigo, profesor de Prehistoria de la Universidad Complutense que ha trabajado en Olduvai y tratado a miembros de la saga.
En los años 40 y 50, el matrimonio fue realizando notables descubrimientos en Olduvai según nacían sus hijos Jonathan (1940), Deborah (1942, fallecida a los tres meses), Richard (1944) y Philip (1949). Hasta que un día de 1959, Mary encontró un robusto cráneo con enormes dientes. «Lo bautizaron Zijnanthropus boisei en honor del mecenas suizo que financiaba su trabajo [Zijn] y de una tribu keniata [boisei], pero entre ellos lo llamaban Cascanueces, se estimó que tenía 1,75 millones de años e inicialmente pensaron que había sido el autor de las herramientas que habían hallado en las inmediaciones. Hoy en día el nombre que recibe esta especie es el de Paranthropus boisei.
Posteriormente, Mary y su hijo Jonathan dieron con restos de otro homínido más cercano en el tiempo, el Homo habilis, que más plausiblemente habría sido el autor de esas herramientas. Pero, en 1959, el hallazgo del Zijnanthropus atrajo la atención del mundo antropológico y de los mecenas. Hasta ese momento, los
Leakey habían trabajado con presupuestos exiguos, pero desde ese año la National Geographic Society, editora de la prestigiosa revista, financió casi todas sus investigaciones.