Al fin se sabe para qué puede servir el acné, los granos que tanto incordian a lo largo de la vida: para calcular la hora de la muerte de un cadáver. Fuera de la curiosidad morbosa, la culpabilidad o inocencia de un acusado de asesinato puede depender de unas horas arriba o abajo. Pero la principal técnica forense para calcular la hora de la muerte, que se basa en la progresiva pérdida de temperatura corporal del cadáver, no es infalible. Ahora, una investigadora española propone observar de cerca el comportamiento de la bacteria Propionibacterium acnes. No sólo dirá cuándo murió el finado, también de qué.
Para su tesis doctoral sobre termomicrobiología forense, la bióloga y ya doctora especialista en técnicas criminalísticas, Isabel Fernández Corcobado, se propuso usar algunos de los 90 billones de bacterias que habitan en el cuerpo humano como indicadores de la hora de la muerte. Estudiaron unos 25 géneros y apostaron por la Propionibacterium acnes, típica del acné común. "La seleccionamos por ser la más inocua en el laboratorio, por su menor riesgo biológico", dice Fernández.
Aun así, descubrieron que esta bacteria era casi un reloj suizo para los forenses. Tomaron muestras de piel de 40 personas vivas y de 29 cadáveres, procedentes estos del Instituto de Medicina Legal de Granada. Tras su cultivo, las primeras conclusiones fueron positivas: pudieron diferenciar entre los vivos y los muertos. "Al producirse la muerte aumenta la población de este microorganismo", explica la bióloga.
Explosión demográficaMás importante, y verdadero objeto de su investigación, era ver si había una correspondencia entre los parámetros de crecimiento de la Propionibacterium acnes y el tiempo transcurrido desde la muerte. Según su trabajo, dirigido por el antropólogo Miguel Botella, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, y por Eulogio Bedmar, de la Estación Experimental Zaidín del CSIC, tras la explosión demográfica inicial de bacterias, llega un momento a las 12 horas de la muerte en que la población bacteriana se detiene y comienza a decrecer.
Con este patrón, y conociendo los datos temporales registrados en los certificados de defunción, este método acertó la hora de la muerte con una fidelidad del 97%, varios puntos por encima de la que ofrece la medición térmica. "Nos quedamos asombrados por unos resultados tan buenos", comenta Fernández.
Pero este microorganismo aún les deparaba otra sorpresa. "De la pura observación vimos diferencias entre los tres parámetros (número de nuevas generaciones, velocidad de crecimiento y tiempo de generación) de la población bacteriana en función del tipo de muerte", explica la bióloga.
En concreto, los muertos por causas naturales presentaban más bacterias y de crecimiento más rápido que los que habían fallecido en un accidente o de forma violenta.
Cámara de infrarrojosPara validar sus hallazgos, utilizaron cámaras de infrarrojos. En un uso también pionero de estas máquinas que captan la emisión de calor corporal, comprobaron que la datación térmica coincidía con la bacteriana. "Los resultados son muy sugerentes, pero se necesitan más pruebas", aclara Fernández.
Para eso hace falta dinero. "Pero las empresas privadas buscan un beneficio económico inmediato y las administraciones públicas, con la crisis, dedican las subvenciones a otros asuntos", lamenta esta bióloga que, de una sola tacada, ha propuesto dos nuevos métodos bacterias y cámaras infrarrojas para saber la hora del fin.